“Respeten nuestra existencia o esperen resistencia”, cantan los nativos canadienses en vísperas de su encuentro el 11 de enero con el primer ministro Stephen Harper.
Motivado por las tres gélidas semanas de huelga de hambre que ya ha cumplido Theresa Spence, la jefa de la nación originaria canadiense Attawapiskat, el alzamiento indígena en Canadá es la manifestación más reciente de los pueblos colonizados del mundo, que tratan de liberarse de los grilletes del imperialismo. Se trata, sin duda alguna, de un momento de vital importancia para todos nosotros.
El itinerario guerrero de los indígenas canadienses recuerda al de los musulmanes egipcios que desde la revolución de enero de 2011 combaten a sus occidentalizadores y a la vieja guardia de Mubarak o a la lucha de los nativos palestinos contra el robo israelí de su territorio. Es una continuación de la lucha del pueblo iraní contra la implacable subversión de Occidente. No es ninguna coincidencia que algunos de los manifestantes ante las embajadas canadienses fuesen cairotas o que el líder activista nativo Terrance Nelson haya recibido recientemente el apoyo de Teherán por sus esfuerzos destinados a obtener un asiento a la mesa de la OPEP para los auténticos dueños de petróleo y del gas de Canadá.